4 de marzo de 2014

Efecto Camaleón

Él pudo sacar lo mejor de mí y yo dejé que me lo quitara...

Sin mayores dificultades y sin siquiera intentarlo insistentemente, sus acciones cotidianas encontraron su reflejo en mí.

Cual camaleón mimetizándose a su ambiente como mecanismo de defensa, fui encontrando en la convergencia de nuestra manera de ser el método que me ayudaría a mantenerme junto a él. Aun cuando aquí converger sólo implique mi aproximación hacia él, y no lo contrario, y no ambas.

Aprendí escuchando y no escuchando, del ejemplo que daba y del que no daba, poco a poco, copiando uno a uno sus pequeños detalles, hasta el día de hoy, en el que llego a sentirme por completo en el Limbo. Porque es la única sensación que puede tener quien se permita ser absorbido por otra persona, como si se tratase de un agujero negro.

Lo reconozco, me siento en el Limbo:

Desde que aprendí a hablar sin mirar a los ojos. Desde que aprendí a no decir: "Lo siento", y sustituirlo por su recogida de hombros y una seca elocución gringa: "Okay". Desde que aprendí a nunca más decir "Te quiero" o "Te adoro" y a nunca escucharlo, y darlo siempre por sentado. Desde que me acostumbré a nunca recibir un halago. Desde que dejé que mi orgullo, que antes lo tenía manso, quieto y que hasta le hacía la vida imposible, dejándolo con los crespos hechos cada vez que me diera la gana, ahora viniera a arrebatarme mis propias decisiones, como le arrebata a él su libre albedrío.

Fueron tantas las cosas que aprendí, desaprendiendo la técnica más valiosa que he llegado a desarrollar: mi propia manera de amar.

Y no estoy orgullosa de ello.

Al cielo doy gracias que hubo una lección que jamás pude aprender: dejar a una persona en peor estado del que la haya encontrado.

Así que el camino es claro: desaprender lo aprendido y recordar lo que los mejores momentos de mi vida me enseñaron. Todavía no es tarde. Todavía ningún esfuerzo en el pasado fue en vano.